19.11.05

Desde hace alrededor de un mes, hay un nuevo músico ambulante en la plaza de oriente. Es una de esas pequeñas cosas que te alegran la rutina, especialmente desde que últimamente mis paseos con el perro se están viendo afectados por una especie de sentimientalismo exagerado, ya que tras la operación, supongo que le observo demasiado. Es un italiano muy guapo y muy madrugador, que se sienta en un banco de piedra y toca la guitarra clásica. Pero con estos días de lluvia, llevaba tiempo sin aparecer, pensé que ya no volvería, y dejé de acordarme de él.
Esta mañana me tuve que levantar muy temprano porque el perro estaba con una nueva recaída. Y cuando avanzaba hacia a la plaza, de pronto comencé a escuchar la música que él siempre toca. Al verle, me sonrió, le saludé, y seguí paseando sintiéndome, no sé por qué, más tranquila. No había nadie alrededor, sólo niebla. De pronto escuché el sonido de unos pasos que avanzaban sobre la arena y me giré. Y por una esquina vi a un hombre mayor, con el pelo blanco, vestido de chándal, que caminaba a paso ligero. Era Vargas Llosa. No me lo podía creer.

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